Greenwashing, engaño publicitario pintado de verde.
Por: Dulce Saldaña Larrondo Es frecuente escuchar y ver campañas de grandes compañías basadas en atributos ecológicos o medio ambientales, los mensajes destacan que sus productos tienen tales o cuales beneficios y ventajas sociales y/o ambientales. En realidad la empresa sabe que es una falacia porque se contradicen con sus valores o incluso con su propia naturaleza. Un ejemplo famoso y que circula en la red es aquel que muestra en un espectacular el siguiente mensaje: “Pennsylvania presenta el futuro del carbón: energía limpia y verde”. Otro ejemplo es destacar a las bebidas saborizadas como “naturales” o que contienen “fruta” cuando en realidad, al leer la etiqueta, se puede ver que contienen una gran cantidad de químicos y la “fruta” o bien se llama “pulpa” o nunca aparece. A este tipo de engaños publicitarios se les conoce como GREENWASHING. Hay varias definiciones sobre este término, pero fundamentalmente en lo que radica es en crear un mensaje que engañe al consumidor, lo que se intenta es hacer creer a la gente que el producto o el servicio es amigable con el medio ambiente. Aunque el engaño publicitario siempre ha existido, ahora se ha aprovechado de la tendencia global hacia la sustentabilidad para impactar aún más. Desafortunadamente las víctimas de todo esto es un consumidor poco informado o bien perdido entre el gran mar de etiquetas, sellos, certificaciones ecológicas o verdes. Estas prácticas, fuera de toda ética, están creciendo de manera importante, lo peor es que se están también en el terreno de la Responsabilidad Social Empresarial, al que se le llama CSRWASHING. Es muy común ver a empresas que ostentan sellos de empresas socialmente responsables cuyas prácticas al interior y/o al exterior de la organización son poco deseables, que lejos de incrementar la calidad de vida de sus trabajadores la demeritan, o que hacen oídos sordos a los problemas sociales de su comunidad, sólo por mencionar algunas. Y a todo esto ¿qué podemos hacer los consumidores? como consumidores tenemos la última palabra al momento de adquirir un bien o servicio, lo más importante es, bajo una mirada escéptica, revisar detenidamente el producto, su etiquetado, su procedencia, su composición y analizar el mensaje “verde” que se está dando, ya que seguramente habrá alguna discrepancia entre el mensaje y los puntos anteriores, si se trata de un greenwashing. Un buen ejemplo son aquellos productos hechos a base de petróleo que dicen ser medioambientalmente amigables o biodegradables. El otro consejo es que se mantenga informado y actualizado sobre las empresas a quien suele comprarle, revise sus páginas electrónicas, las noticias sobre ellos, conozca más sobre sus materias primas, sus proveedores, qué hacen en otros países, y si usted encuentra algo que considere incongruente, no lo compre. Usted tiene la última palabra, recuerde que su compra es su voto. Las consecuencias para las empresas que utilizan estas prácticas carentes de ética es que, conforme pase el tiempo serán cada vez menos competitivas, los consumidores tarde o temprano se darán cuenta del engaño y castigarán a la empresa, dañando su imagen pública. Para conocer más sobre el tema, hay algunas recomendaciones que hacen organizaciones como Greenpeace http://stopgreenwash.org/criteria o Terrachoice, firma consultora inglesa y experta en marketing medioambiental http://sinsofgreenwashing.org/about-us/ |
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Un consumo responsable, una actitud que cambiará nuestro mundo."El consumo desmedido cancela la mirada y el oído hasta expropiar la capacidad de reaccionar ante el dolor del otro. La austeridad nos abre a la ternura, al lenguaje de la sensibilidad y al ejercicio de la admiración" Joaquín García Roca. En la actualidad hay personas que entienden que ejercer sus derechos políticos de votar y ser votado o tener derechos sociales esenciales como la educación o la salud gratuitas no es tan importante para el ejercicio de la ciudadanía como la posibilidad de consumir bienes materiales, incluso cuando para tenerlos queden menoscabados los derechos políticos, así inicia la editorial Manuel Aguilera en su revista Crítica[1]. Finalmente el consumir, comprar bienes y servicios, es una función esencial de los agentes económicos en los países desarrollados, y precisamente por esto se conocen como Sociedades de Consumo. Sin embargo, se ha vuelto la única fundamental para el desarrollo de un país y para la creación de la riqueza, incluso es una variable importante para que un consumidor demuestre su “sitio” en la sociedad en la que se encuentre inmerso, tanto compras tanto eres. Estas acciones vienen desde la infancia, cuántos no recordamos e identificamos fácilmente a las grandes marcas por sus logos o eslogans, cuántos de nosotros somos muy hábiles para evaluar la relación calidad precio de un producto y cuántos de nosotros no somos capaces de listar un sinnúmero de tiendas, marcas y categorías de productos. Así hemos venido creciendo en una cultura del consumo donde el poder de un ciudadano se limita a su poder adquisitivo. El profesor Ballesteros[2] menciona que hoy día se está gestando una cultura del consumo que trata de regir y dar sentido a la vida de las personas y que se presenta para muchas como una manera, si no la única, de obtener la felicidad. Sin embargo, qué pasaría si viéramos al consumo como aquella posibilidad de construir o redirigir la marcha de la economía y del mundo, es posible, ya que es una forma directa de influir. Debemos recordar las cifras dadas en aquella Cumbre de Johanesburgo de 2002, dónde se mencionaba que el 15% de la población mundial que vive en los países más desarrollados es el responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% de la población más pobre que vive en los países menos desarrollados, solo consume el 11%. También es importante conocer que mientras el consumo del “Norte” sigue creciendo, el consumo de un hogar africano promedio es de un 20% inferior al de hace 25 años[3]. No está muy lejos de esta realidad los hogares de los indígenas en nuestro País, se puede citar un estudio de Torres et.al. donde muestra que un indígena en México consume un promedio semanal de 171 gramos de carne de res, 344 gramos de verduras, 385 gramos de frijoles, 178 gramos de pasta y 3,3 gramos de tortillas[4]. También habla de ello Nadine Gordmier, Premio Nobel de literatura “Mientras para nosotros, los consumidores descontrolados, es necesario consumir menos, para más de 1.000 millones de las personas más pobres del mundo aumentar su consumo es cuestión de vida o muerte y un derecho básico”[5] En relación con todo escenario tan desigual seguramente nos preguntamos si desde nuestros cómodos “asientos” podemos hacer algo, y la respuesta sería afirmativa. Para ello es necesario reinventar nuestros estilos de vida, llevar a cabo nuevos hábitos, pautas y costumbres, a través del nuestro consumo sostenible y responsable. El consumo responsable es una forma de combatir las desigualdades desde sus orígenes y fuente de transformación del mundo y además es una manera muy válida de conciliar la producción y rentabilidad con el respeto a las personas y al medio ambiente. Ballesteros menciona que un consumidor responsable es, ante todo, un comprador consciente, para el cual con sus actuaciones de consumo se pretende llegar a un estado en el cual se esté mejor que ahora pero no a nivel individual sino para toda la sociedad[6]. Se trata de que la satisfacción de una necesidad y el paso de un estado a otro no perjudique a nadie y a la vez se haga de forma consciente. Como dice Arrizabalaga y Wagman, en cierto sentido sería pasar del “ya que no puedo poseer todo aquello que deseo, me conformaré con lo que tengo” al “puedo vivir mejor si aprendo que la felicidad no viene de la mano de las posesiones, el consumo y el dinero”[7]. Se entiende que del consumo depende la posibilidad de cumplir con un proyecto de vida[8], parece que el análisis de lo que una persona necesita para vivir, es precisamente, un magnífico punto de partida para la construcción de este proyecto. Precisamente se necesitan proyectos de vida basados en la responsabilidad individual y colectiva, por ello cabe destacar que un consumidor responsable es un consumidor inteligente que conoce sus derechos y obligaciones, sabe lo que necesita y exige y asume sus consecuencias. También es un consumidor que compara calidad y precio, piensa en invertir antes que en gastar. Es crítico ante la publicidad y la moda, además de valorarse y valorar a los demás por lo que son no por lo que tienen. Es un consumidor que lleva una vida saludable equilibrada entre el ejercicio y su alimentación. Sabe sumar fuerzas para organizarse y defender sus derechos para exigir calidad y justicia. Tiene la capacidad de considerar los efectos de su consumo en los demás y por ello, prefiere comprar productos de comercio justo o de proveedores socialmente responsables. Y finalmente, también es un consumidor responsable porque reduce los efectos de su consumo en el ambiente, seleccionando productos ecológicos, ahorra energía y agua, separa la basura, camina más que andar en auto y aplica las tres “erres” de reciclar, reusar y reduce su consumo[9]. Si bien es cierto, cambiar los actuales patrones de consumo implica un cambio profundo en muchos ámbitos: social, económico, político, moral, cultural, intelectual, que no admita la existencia de la brecha social y parta de la organización de otro modelo de economía y consumo. Por tanto, es responsabilidad nuestra, como guías de la educación en México, de promover en nuestros estudiantes actuar responsablemente hacia nuestra comunidad, como consumidores y como líderes emprendedores. [1] Aguilera Manuel, “Consumo y Ciudadanía”, Revista Crítica, nº 955, julio-agosto 2008. [2] Ballesteros Carlos, “Tu compra es tu voto”, Editorial HOAC, 2007. [3]CUMBRE DE JOHANNESBURGO, 2002. Notas informativas: Modelos de Producción y Consumo. ONU. 2002 [4]Torres Alejandro, et.al., “Pobreza en territorios indígenas en México. El caso del municipio de Xochitlán de Vicente Suárez en la Sierra Nororiente de Puebla”, Revista Ra-Ximhai de la Universidad Autónoma Indígena de México, nº 3, vol. 3, septiembre-diciembre 2007. [5]GORDMIER, N. Hacia una sociedad con valor añadido. El País, domingo 21 de febrero, páginas 15-16. 1999. [6]BALLESTEROS, C., Reflexiones para un consumo responsable, Vitoria-Gasteizko, Excmo. Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, 2006. [7] ARRIZABALAGA, A., Y WAGMAN, D., Vivir mejor con menos, Madrid, Aguilar, 2007. [8] REBOLLO, A., La estructura del consumo en España, Madrid, Instituto Nacional de Consumo, 2001. [9] Folleto 7 pasos para un consumo inteligente, México, PROFECO, 2007. |
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